INTENTO DE AULLIDO AUTOMÁTICO ACERCA DEL ACTO DE LA ESCRITURA
Abandonado por los diccionarios
a petróleo
no me dejo callar así como así por
las Universidades y sus conserjes
ni por unos energúmenos gramáticos:
padres repletos de quemaduras de inciensos
que recogen tildes en los desagües de una ciudad retórica
o en esos llanos poblados de
bigotes y falsa nostalgia
Me ensaño, me brotan letras
como enemas, o como quiasmas
y busco en una oscuridad blanda un abierto estremecimiento
ese cosquilleo oído a duras
penas por el altoparlante del matadero
por el que sale esa voz de médico-juez que
informa las horas de fallecimiento de los poetas
que es como informar heridas:
heridas que ya no manan
Este abrir, o esa abertura en
la lucidez
episódica, que ni yo me la creo,
muy a menudo se hace pasar
por mareos o ululares dignos de
la psicosis
los diccionarios huyen
despavoridos de estos especímenes-palabras
como si fueran la mismísima
carnicería romana
Nadie nace con el problema del
saber, Kantinomio
es desdeñable ese ejercicio
cuando se sostiene que la locura es un infortunio
pero qué más se puede hacer
para que esto no se llene
este paraguas invertido que junta más
lluvia de la que cae: para que no cumpla sus forzosos objetivos
lo que llegó hasta aquí primero
fue un jeroglifico y luego
lo teorizaron
y eso fue todo y lo demás se lo
han
metido al bolsillo
se han echado a dormir en una
de las orillas del trópico
se han echado a dormir
Esta piedra no era para
nosotros, pibes
era para un montón más de mundo
no se enojen si digo todo
el
mundo. Ese
todo-mundo: fábrica de máquinas para producir otras fabricas de máquinas
y nosotros todo lo soportamos menos
los restos los vestigios
de esas piedras de mano
Todavía vivimos en la casa de los
románticos
de un alma con bellos flancos
decorado de blondas de fierro
horneado
de paredes empapeladas de juguetes y en el fondo
en alguna de sus tantas habitaciones
en intemperancia se divisa y huele la sonrisa de una santa desnuda
cuya mirada a veces extraviada, siempre roja
a mi parecer anuncia: sí Diez,
las espadas se acabaron
todo era ficción, una forma de
cambiar el hastío por una
repugnancia
payasa, payásamente lúcida
que genera la pedagogía del profesor
rural,
del académico del Nilo, del gramático babilónico
(resignación sabia anotan los libracos prudentes)
Pero lo siento pibes, yo no acabo de tragármelo:
lo que resta de dos poemas es
la solidez amable de su barro,
el barro que siempre mana, como la baba del poeta-herida
Cuando ya es necesario caer de
la cama
a otra por el sueño,
un sueño sin equilibrios, que
se la pasa
caminando sobre líneas, o
justificando contornos;
lo veo andar fatigosamente:
un guarén del porte de un perro.
Y asi me prometo: me encomiendo a este sueño
como quienes a pesar de su
voluntad de sedas
y para nada involuntarias se
encomiendan a dios
arrodillados en un baño, que no
es baño, y en una lengua líquida
que reza felicidad pero que muerde.
Entonces sentado,
peinándome con aparente
tranquilidad, saco cuentas
en un sector de esta ciudad:
el MAMUT VACÍO.